*Publicado en mi columna Educación personalizante de Lado B en febrero de 2015.
“Perdonemos pero no olvidemos”.
Nelson Mandela.
Vivimos en un país cada vez más dominado por la ira y el odio. Nos encontramos en un momento histórico en el que la acumulación de crímenes cada vez más despiadados, de atrocidades toleradas o a veces incluso propiciadas por un sistema político cuyo motor es la corrupción y cuyo incentivo principal es la impunidad, han desatado una polarización social que la clase política parece creer controlable y manejable pero que en cualquier momento puede llevarnos a un estallamiento de proporciones impredecibles.
En este escenario nos encontramos cada vez más con expresiones de la gente en las redes sociales, en los comentarios que se envían a las noticias o artículos de opinión de los periódicos y en las calles y plazas públicas que se surgen claramente de emociones espontáneas y viscerales. El análisis y la inteligencia parecen salir sobrando o incluso ser mal vistas porque trascienden la cómoda y tranquilizante percepción del mundo en blanco y negro que divide a los mexicanos entre buenos y malos evitando cualquier matiz o intento de complejización.
Vivimos en un país que no debe olvidar pero tampoco quiere perdonar. En muchos llamados a la manifestación para exigir justicia sobre el caso emblemático de Ayotzinapa, sobre los hechos de Tlatlaya, sobre el asesinato de periodistas o cualquier otro evento de muertes o desapariciones de personas se usa indiscriminada –y creo yo que también muchas veces irreflexivamente- la frase: ni perdón ni olvido. (http://e-veracruz.mx/nota/2015-01-26/xalapa/4-meses-ni-perdon-ni-olvido-para-caso-ayotzinapa).
Este llamado a no olvidar no solamente es entendible y justificado sino necesario para la reconstrucción de nuestras estructuras sociales y políticas desde sus cimientos que se han ido corrompiendo hasta llegar a extremos insostenibles. Para nuestra sociedad es imprescindible no olvidar todas las atrocidades que han ocurrido y evitar a toda costa que se den “carpetazos” o se nos quiera conducir a “pasar la página” de tal o cual acontecimiento para mirar hacia delante como si nada hubiera pasado.
Esta ha sido la eterna historia del México postrevolucionario y es la dinámica del eterno retorno que nos hace repetir de manera interminable los errores y los horrores del pasado evitando que realmente podamos avanzar hacia nuevos capítulos de nuestro devenir como nación.
Sin embargo el llamado a no perdonar tiene desde mi punto de vista que ser ampliamente reflexionado y discutido porque si bien tiene razones comprensibles, su interpretación inadecuada o superficial puede tener consecuencias muy graves en este momento del país.
Resulta totalmente entendible que se llame al “no perdón” si por perdón se entiende la renuncia a la demanda legítima de justicia para las víctimas –directas e indirectas porque finalmente todos somos víctimas de las estructuras injustas y de la violencia generalizada- ante hechos que son totalmente injustificables e inhumanos.
Si por perdón se entiende la renuncia a la justicia, el no castigo a los culpables materiales e intelectuales de los crímenes cometidos, la evasión de las penas que merecen los políticos corruptos y los gobernantes omisos o cómplices de estas estructuras decadentes y productoras de violencia, la negación de la necesidad de reconstruir a fondo nuestro sistema de gobierno, nuestra estructura de partidos, nuestra cultura de la impunidad, entonces es plenamente justificable decir que no debe haber perdón.
Sin embargo existe una forma más profunda de entender el perdón y en esta perspectiva el perdón se convierte en una condición indispensable para lograr la justicia y para sanar y reconstruir nuestro tejido social que hoy se encuentra roto.
Edgar Morin plantea que “…Perdonar es un acto límite, muy dificil, que no es solamente la renuncia al castigo…” porque conlleva una situación de disimetría en la que “…en lugar del mal por el mal, devuelve el bien por el mal…Es un acto de caridad en el sentido original del término caritas, acto de bondad y generosidad”. (http://laicos.antropo.es/documentario/485-perdon.htm)
Visto en esta perspectiva de hondura humana, el perdón implica al mismo tiempo la comprensión y la renuncia a la venganza. “Victor Hugo dice: «Intento comprender a fin de perdonar». El perdón se basa en una comprensión….” Comprender a otro ser humano implica no reducir su ser como persona al crimen que ha cometido y “…saber que tiene posibilidades de redención…”
Es por eso que el perdón, según el pensador francés, es una apuesta ética, es decir, una apuesta –que como apuesta implica un salto guiado por la esperanza porque no hay ninguna certeza o garantía de que pueda generar el resultado esperado- por la regeneración de quien ha fallado, “…una apuesta por la posibilidad de transformación y de conversión al bien, de aquel que ha cometido el mal….”
Esta apuesta tiene como base la convicción de que el ser humano no es inmutable ni estático, que tiene posibilidades de evolucionar y cambiar hacia lo mejor o hacia lo peor. Existen innumerables ejemplos que avalan esta visión del ser humano como cambiante y confirman la afirmación de Bernard Lonergan acerca del desarrollo del ser humano: “Como quiera que uno sea en el momento presente, no siempre ha sido así y, en términos generales, no tiene por qué continuar siendo así”.
Morin afirma que el perdón no puede verse aisladamente porque supone la comprensión del prójimo y la comprensión de uno mismo que son los elementos para poder hacer posible la idea de regeneración del ser humano. Desde esta convicción sobre la relevancia de la comprensión y el perdón, el padre del pensamiento complejo plantea una urgente invitación a la humanidad de nuestros días: “Favorecer la posibilidad de regeneración es más necesario que nunca en este mundo despiadado…”
El mismo autor plantea la cuestión de la relación entre el perdón y el olvido en estos términos:
“¿El no castigo significa olvido, como piensan aquellos para quienes castigar serviría para mantener la memoria de los crímenes sufridos? Las dos nociones están disjuntas de hecho. Mandela dijo: «Perdonemos pero no olvidemos». El opositor polaco Adam Michnik le hizo eco con su fórmula: «Amnistía, no amnesia». Los dos le tendieron la mano…a quienes los habían encarcelado.”
El ejemplo de Mandela en su actuación como presidente de Sudáfrica después del Apartheid y con toda la carga acumulada de agravios que la población de raza negra tenía acumulados y clamaban seguramente “Ni olvido, ni perdón”, es una prueba fehaciente de que los planteamientos de Edgar Morin no son utópicos ni producto de una mentalidad soñadora que no es aplicable a la realidad socio-política concreta sino elementos sustanciales para poder lograr un avance hacia estadios de paz y democracia.
Desde esta perspectiva creo firmemente en que la consigna en este México lastimado por la violencia debe ser: no al olvido, sí al perdón.
Perdón para que haya justicia y no venganza…
Perdón para que los mexicanos se reconcilien con los mexicanos que piensan y viven de manera distinta…
Perdón para que los niños crezcan en un ambiente de convivencia sana y humanizante…
Perdón para que podamos seguir caminando hacia delante sin regodearnos en nuestras heridas…
Perdón para que volvamos a confiar en la política como el medio para gestionar los procesos sociales y generar las condiciones para una vida digna, pacífica y justa…
Perdón para que podamos recuperar la esperanza….
Para construir esta realidad donde la memoria de los crímenes nos lleve a la justicia y no a la venganza resulta indispensable educar en un modelo distinto de convivencia escolar basada en la tolerancia, el respeto y el diálogo. El gran compromiso de los que nos dedicamos a la formación de las futuras generaciones de ciudadanos es educar en el perdón y para el perdón, educar desde la memoria y para la memoria, educar en la justicia y para la justicia.
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