“…”hasta un pueblo de demonios”, de seres sin sensibilidad moral, querría una Ética cívica para vivir en paz, con tal de que fueran inteligentes. Tanto más un pueblo de personas, dotadas de sensibilidad moral, que verían la necesidad de transmitir esos valores a sus hijos a través de la educación..”
Adela Cortina.
Circulando por cualquier calle de la ciudad de Puebla uno se encuentra casi en cada cuadra con autos estacionados en doble fila que obstruyen la circulación de los demás. Cuando se ingresa en automóvil a un centro comercial grande o pequeño o incluso a los hospitales más caros y exclusivos de la ciudad, lo común es ver los lugares destinados para discapacitados ocupados por personas que no tienen ninguna discapacidad más que la flojera de caminar unos pasos. La entrada a las escuelas supone siempre una fila de vehículos estacionados también en doble o triple fila para bajar a los niños sin tener que caminar.
Si se inauguran obras de beneficio colectivo es también común ver la forma en que la gente empieza a destruirlas por una mezcla de inconciencia y placer. De igual forma es normal ver todavía a personas que arrojan basura a la calle desde la ventanilla de su auto o de un autobús urbano y personas que se meten adelante en la fila del supermercado o rebasando por el acotamiento se adelantan a la fila en las casetas de cobro de las autopistas.
El pretexto es siempre algo como: “es que voy a bajar solamente un momento”, “no voy a tardar”, “es que tengo prisa”, “tengo muchas cosas que hacer y me urge…”, etc. como si las demás personas que esperan en la fila, se estacionan donde deben y caminan para bajar a dejar a sus hijos a la escuela no tuvieran también prisa o actividades que realizar.
Cuando un ciudadano común se atreve de manera amable a reconvenir a los infractores, cuando un “viene-viene” o un vigilante de los estacionamientos se atreve a decirles que no se deben estacionar en tal lugar o que no pueden tirar basura en el piso, la respuesta es de indiferencia en el mejor de los casos y de agresión prepotente e insultos en la mayoría.
Resulta curioso darse cuenta que esas personas que rompen las normas mínimas de convivencia en todos los espacios públicos, llevan a sus hijos a escuelas donde les “inculquen valores”, se quejan de la corrupción y la violación a las leyes por parte de los delincuentes o los políticos y seguramente se consideran buenos ciudadanos.
Del otro lado nos encontramos con que la autoridad brilla por su ausencia. Uno puede circular por las calles llenas de autos en doble fila y no verá una sola patrulla de tránsito; lo que es peor, uno pasa por la entrada de las escuelas y muchas veces hay patrullas y agentes de tránsito que se supone están para poner orden, pero estas patrullas y agentes están viendo a los autos en doble fila, a los padres y madres de familia cometiendo toda clase de imprudencias y violaciones de tránsito sin decir absolutamente nada. Lo mismo ocurre cuando se tira basura en la calle, se destruye mobiliario o instalaciones urbanas o se agrede a otro en la vía pública. La autoridad ha renunciado a su tarea y ha claudicado ante el caos imperante en la ciudad.
Lo anterior parece no ser privativo de las autoridades locales o estatales de Puebla sino un fenómeno reiterado a nivel nacional. Individuos o grupos roban y queman vehículos, toman instalaciones universitarias por la fuerza, bloquean calles o se apoderan de zonas o ciudades completas sin que la autoridad asuma su responsabilidad y cuando la asume, la sociedad entera y los medios de comunicación reaccionan airadamente acusándola de “represora”.
Este es el círculo vicioso en el que estamos sumidos hoy: los ciudadanos violando las normas desde lo más pequeño hasta lo más grave con total impunidad porque no hay autoridad que les marque límites, y la autoridad sin marcar límites porque la cultura establecida reprueba su intervención a pesar de que en el discurso manifiesta que se requiere.
Dice bien Adela Cortina reinterpretando la idea de Kant: “hasta un pueblo de demonios querría una ética cívica para vivir en paz, con tal de que fueran inteligentes” y parece que nosotros hoy en día, seres humanos que se supone tenemos la sensibilidad moral de la que carecen los demonios, parecemos no ser lo suficientemente inteligentes para pensar que necesitamos una ética cívica para poder convivir en paz y no terminar matándonos unos a otros como ya está sucediendo cotidianamente en nuestra patria.
Ojalá como sociedad podamos reflexionar sobre esta necesidad urgente de aprender a convivir , que es el nuevo nombre de la educación ética, porque más que enseñar valores a los niños tendríamos que demostrarles con el ejemplo en nuestras acciones más simples y cotidianas, que somos inteligentes y vivimos una ética cívica porque queremos vivir en paz.
Muy interesante
Gracias, Güera. Besos.
Tristemente y con vergüenza de ver lo que sucede todos los días y a todos los niveles
Cierto. Un abrazo y gracias por tu comentario, estimada Lili.
Es indispensable hacer propaganda a los valores universales como se les hace a los refrescos, a las películas, perfumes, a zapatos deportivos o ropa de marca y que los padres observen y tengan conductas imitables en base a estos valores como son el respeto, honestidad, integridad, pulcritud, tolerancia,coherencia etc…
Muchas gracias por tu comentario, estimada Coral. Un abrazo con afecto.
Buenas Tardes
padres que exigen pero que no se involucran en el proceso educativo de sus hijos, inventándose un millón de pretextos.
Saludos Cordiales.
Muchas gracias por el comentario. Es cierto, tristemente cierto. Saludos cordiales.
Me ha encantando su escrito y más cuando su cita está tomada de una filósofa que es de mi agrado leer. Aunado a ello, nos falta como nación crear en nosotros una cultura ética. Esta cultura la comenta Adela Cortina en su libro ¿Para qué sirve realmente la ética? argumentando que sirve para abaratar costos y crear riquezas.
Muchas gracias por tu comentario. Totalmente de acuerdo. Un saludo afectuoso.
Cortina parece afirmar, junto con Weber, que la educación sirve para transmitir a los niños los valores de la sociedad. No sólo la escuela, claro, sino todo el embate educativo del entorno social. Tienen razón. Por eso les transmitimos tan eficazmente el valor del “áhi se va”, el de la transa para avanzar, el del egoísmo que refleja nuestra estupidez. Nuestros verdaderos valores como grupo social. Los del torrente del sentido común. Digamos lo que digamos, esos son los “valores” que los niños y jóvenes absorven. La convivencia selvática. Pretender lo contrario es nadar contra ese torrente cultural. Me da gusto que tengas bien puesto tu traje de baño, Martín.
Excelente comentario: lúcido y crítico como siempre, querido colega. Y pues sí, seguimos con el traje de baño puesto. Un abrazo.