A partir de la relación recursiva y retroactiva entre sociedad y educación, este trabajo analiza la promesa de la modernidad que intentó excluir la ética por considerarla subjetiva y el cambio de mundo que se da con el paso a la posmodernidad en la que a pesar de los discursos de recuperación de la dimensión ética, se le excluye también porque se absolutiza la subjetividad, ya sea por la vía del individualismo consumista del mercado global o bien por la de las subculturas que se distancian del sistema dominante desde perspectivas que niegan cualquier pretensión normativa y se centran en la búsqueda de la felicidad individual o grupal. Este salto del mundo sólido racionalista al mundo líquido emotivista dominado por la sociedad de la información y el predominio de las nuevas tecnologías de información y comunicación conlleva nuevos retos para la educación en la dimensión ética, puesto que nos encontramos en una polarización creciente y no constructiva entre los grupos catalizadores del sistema que promueven una visión trivial de la vida humana concebida exclusivamente desde el ámbito del mercado y los grupos que se asumen como víctimas del sistema que paradójicamente sostienen la visión de una libertad quasi absoluta de los individuos pero se manifiestan como una nueva inquisición basada en la corrección política. Ambas posturas contribuyen a la exclusión y la injusticia social. La propuesta que se presenta consiste en la educación de la libertad que incluye dos grandes dimensiones: educar para pensar bien (desarrollo del pensamiento crítico) y educar para sentir bien (desarrollo de habilidades socioemocionales y de la compasión como emoción cívica).